En esa propensión o vicio descomedido de los medios de comunicación por noticiar lo negativo el continente negro ocupa un protagonismo excepcional. África, con una extensión de algo más de treinta millones de kilómetros cuadrados –el tercero en extensión- no escapa de ser escenario de las sanguinarias guerras del siglo XXI que acaban cebándose con los niños como si de un juego se tratara. Seguramente si interrogáramos a un occidental sobre las imágenes que concibe de África le sobrevendrían la de una patera cruzando el estrecho, una reserva habitada por los cincos grandes -león, leopardo, elefante, búfalo y rinoceronte-, una guerra entre etnias o un gobierno corrupto. Y no es para menos, la televisión ha venido alimentándonos desde pequeños con los niños soldado de República Democrática del Congo, Liberia, Sierra Leona, Sudán, Uganda, Somalia, con el flujo migratorio intensificado en la actualidad, y la corrupción y negocio generados con la explotación de sus recursos mineros y pozos petrolíferos que mantienen en pie muchos de los frentes abiertos en el África actual. Por mucho que nos empecinemos, hablar de otros asuntos cuando nuestro dedo índice señala a las ex colonias europeas es baladí si se atiende al imaginario que la caja tonta ha ido conformando en el interior de nuestras cabezas.
Dicen que lo que no aparece en televisión no existe. Por eso quizá poco se sepa de las riquezas artísticas que encierra el gran olvidado: música, artesanía, reservas naturales, e indicadores no cuantificables como el de la hospitalidad, la felicidad y la capacidad de superación ante las desgracias que caracterizan a las gentes de los pueblos africanos. Músicos como el senegalés Youssou N'Dour y el grupo sudafricano Ladysmith Black Mambazo, y artistas subsaharianos que hicieron de la pintura su medio de expresión cuando la censura amordazaba a las voces descarriadas, como el ghanense Oku Ampofo, el nigeriano Ben Enwonwu o el sudafricano Gerard Sekoto. Ni que decir tiene el impacto que sobre la carrera profesional de artistas europeos de la talla de Picasso y Vlaminck, tuvo la escultura africana, especialmente la carga expresiva de las máscaras talladas en madera. Y si hablamos de naturaleza, el Parque Nacional del Serengueti (Tanzania) y la Reserva Nacional de Masai Nara (Kenya) constituyen un baluarte de la conservación de la flora y fauna salvaje, de excepcional conocimiento logrado gracias a la emisión de documentales. Más allá del Sida, la malaria y de los cuarenta y siete años en los que se promedia la existencia en el continente, África recoge mucha más vida de la que los medios de comunicación nos quieren trasladar y poca autocrítica hacia lo que desde Occidente se realiza. Pocas voces mediáticas cuentan con el respaldo de las grandes cadenas de televisión para alzar su voz y acusar las políticas fracasadas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), el suministro armamentístico al Tercer Mundo para hacer de la perpetuación de los conflictos un negocio en el Primer Mundo, un intercambio de armas a cambio de diamantes y petróleo.
Ya no quedan buenos ni malos porque desde que la globalización existe todos somos responsables directa o indirectamente de lo que sucede en el continente africano. En una tendencia audiovisual en la que cada vez priman más las noticias de carácter nacional e interés personal, la internacionalidad de los sucesos que no atañen al país deja de ser una prioridad en beneficio de los reportajes sobre cosméticos, dietas milagrosas y otras vulgaridades, y sólo cuando los medios desvían la atención es debido a la libranza de una guerra o la helada y periódica retransmisión de cifras de mortalidad que engordan el listado. Es difícil averiguar lo que silencia la televisión a menos que uno sea curioso y molesto en la búsqueda de información. Lo cierto es que Níger cuenta en la Asamblea Nacional con un mecanismo de moción de censura con el que se puede destituir al presidente, Senegal es la cara desesperada que conocemos de los africanos huyendo de su país y no, en cambio, la estampa que con esfuerzo imprimen estudiantes universitarios que se refugian bajo la iluminación del aeropuerto de su país para leer sus cuadernos de apuntes. Ghana es un ejemplo de progreso, pues no hay problema de pobreza, sólo que en algunas zonas hay problemas de logística, pero no de abastecimiento, hay salud, y la alfabetización afecta al sesenta y dos por ciento de la población. En Kenya, Tanzania y Uganda la tasa de matrícula para la educación primaria es gratuita. Malawi ha multiplicado por tres su producción agrícola y veinte países han conseguido los objetivos del milenio después de siete años del plan.
Tal vez porque África constituye el once por ciento de la población mundial y porque treinta y cuatro países de los cuarenta y ocho más pobres del mundo formen parte del continente la percepción que tiene el ciudadano occidental cuando agacha la cabeza es la de encontrarse ante un mendigo al que hay que alimentar. La realidad africana televisada indica que dos terceras partes de la población son analfabetas y que el setenta por ciento de la población vive con menos de un dólar al día. Y la verdad de la dependencia de las ayudas es que hacen un flaco favor a la motivación del africano. Todo lo contrario, acomoda al necesitado de manera tal que perpetua los lazos unilaterales de por vida. África quiere atención, no políticas destructivas ni limosnas. La única manera de ayudarla es trabajando desde la visión del africano, proporcionando medios que preserven las costumbres y modos de operar de las familias, no imponiendo demoledoras técnicas occidentales. Exigir transparencia en las políticas gubernamentales es un principio que debe asumir Occidente primeramente para sí mismo con el fin de validar sus actuaciones. Y parece que hay demasiados intereses en juego como para poder asistir a un cambio de actitud. Así las cosas, la inversión privada se presenta como una apuesta segura. Ello no resta para destacar la pervivencia de un África desconocida donde una parte de la población se esfuerza por salir adelante y estudia una carrera profesional, es el rostro amable del desarrollo que poco a poco se impone. Nuestra obligación pasa por aceptar su natural evolución. Es de justicia que los medios de comunicación se hagan eco del continente del origen de la vida en todas sus dimensiones.
No comments:
Post a Comment