Ya son más de ocho años los que llevo depositando mi cabeza en manos de peluquerías desde que abandonara el lecho hogareño, donde hasta entonces se ocupaban de marcar la pauta estilística a lucir. Y son más de ocho años los que llevo comprobando que las peluqueras están preparadas para tratar mi cabeza, al menos para hacer sus ensayos, para hacer sus prácticas de escuela de peluquería porque de saber no saben cómo dejarme la moral más alta de cómo llegué.
La famosa peluquería Marco Aldany que hay en Metro Palos de la Frontera (Madrid) es de la que peor concepto conservo. Y lo achaco a dos posibles motivos: o las condiciones laborales son pésimas, a juzgar por la de cambios constantes en su personal y la falta de profesionalidad de muchos de sus trabajadores; o se han equivocado con el rótulo con el que se anuncian y olvidaron anteponer la palabra Escuela de Peluquería. Las diferentes veces que he ido a Marco Aldany he tenido la suerte de que nunca me ha atendido la misma persona, lo digo porque una vez me cortaron la oreja con la tijera, otra me raparon la cabeza cuando quería que dispusieran mi cabello para poder hacerme pinchos y otra vez me mojaron la espalda y los calzoncillos lavándome la cabeza. Lo mejor de todo era que tenía que esperar unas dos horas para que me dieran mi castigo. Debo parecer masoca.
La publicidad tiene un magnetismo inexplicable. Es la única conclusión a la que puedo llegar después de ver cómo triunfan personas que a pesar de nadar en la incompetencia muestran una bonita estampa del trabajo que desempeñan.
Para que no penséis que es tirria lo que le tengo a Marco Aldany os hablaré de Stylos, otra de esas peluquerías franquiciadas que aplica la marca para enaltecer los defectos de mi cabeza. Me refiero a unos remolinos que desconocía de su existencia hasta que hace unos meses me lo comunicó una “stylista”. Ninguna otra peluquería me los había detectado hasta entonces.
Después de las experiencias vividas y del hallazgo de un estilista chino, he dejado de frecuentar mis pelus favoritas y pasarme al corte de mano asiática. Entre mi nuevo peluquero y yo hay diferencias lingüísticas. Él dice a todo que sí y luego actúa de acuerdo a su orden. Cuando le hablo en indio entiende algo más, pero pese a todo hay cosas que son insalvables, como cuando pasa una esponja áspera con la que aparte de irritarme el cuello intenta quitarme algún pelo sobrante. La próxima vez que vaya a cortarme el pelo llevaré conmigo una brocha porque hay cosas que entre él y yo son insalvables. Merece la pena porque no hago colas, ni tengo que entender cotilleos, y vale dos euros menos que cualquier de mis anteriores peluquerías.
La famosa peluquería Marco Aldany que hay en Metro Palos de la Frontera (Madrid) es de la que peor concepto conservo. Y lo achaco a dos posibles motivos: o las condiciones laborales son pésimas, a juzgar por la de cambios constantes en su personal y la falta de profesionalidad de muchos de sus trabajadores; o se han equivocado con el rótulo con el que se anuncian y olvidaron anteponer la palabra Escuela de Peluquería. Las diferentes veces que he ido a Marco Aldany he tenido la suerte de que nunca me ha atendido la misma persona, lo digo porque una vez me cortaron la oreja con la tijera, otra me raparon la cabeza cuando quería que dispusieran mi cabello para poder hacerme pinchos y otra vez me mojaron la espalda y los calzoncillos lavándome la cabeza. Lo mejor de todo era que tenía que esperar unas dos horas para que me dieran mi castigo. Debo parecer masoca.
La publicidad tiene un magnetismo inexplicable. Es la única conclusión a la que puedo llegar después de ver cómo triunfan personas que a pesar de nadar en la incompetencia muestran una bonita estampa del trabajo que desempeñan.
Para que no penséis que es tirria lo que le tengo a Marco Aldany os hablaré de Stylos, otra de esas peluquerías franquiciadas que aplica la marca para enaltecer los defectos de mi cabeza. Me refiero a unos remolinos que desconocía de su existencia hasta que hace unos meses me lo comunicó una “stylista”. Ninguna otra peluquería me los había detectado hasta entonces.
Después de las experiencias vividas y del hallazgo de un estilista chino, he dejado de frecuentar mis pelus favoritas y pasarme al corte de mano asiática. Entre mi nuevo peluquero y yo hay diferencias lingüísticas. Él dice a todo que sí y luego actúa de acuerdo a su orden. Cuando le hablo en indio entiende algo más, pero pese a todo hay cosas que son insalvables, como cuando pasa una esponja áspera con la que aparte de irritarme el cuello intenta quitarme algún pelo sobrante. La próxima vez que vaya a cortarme el pelo llevaré conmigo una brocha porque hay cosas que entre él y yo son insalvables. Merece la pena porque no hago colas, ni tengo que entender cotilleos, y vale dos euros menos que cualquier de mis anteriores peluquerías.
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