“Parece mentira que en pleno siglo XXI...”. El ágora del siglo XXI en Madrid se establece en el interior de un medio de transporte público, ya sea autobús, metro o tren de cercanías. Dentro de una de estas cajas de metal uno puede asistir en vivo y en directo a la actualidad más variopinta, mucha de ella de escaso interés en cuanto que trata de seres de conocimiento vecinal, pero no por ello contraproducente para nuestro pabellón auditivo, que siempre está funcionando como un radiolocalizador buscando su onda. Es sorprendente la cantidad de personas que no encuentran agotamiento en el chisme, que pregonan entre el tropel como si estuvieran en las fiestas de su pueblo. Y que igual empiezan hablando del vecino y prosiguen contigo, que escuchas música prescindiendo de audífonos e irritando a más de un usuario. Más de un espécimen merece un comentario público para recreo del auditorio. Esto tarde o temprano sucederá, porque los ánimos se perciben menos dispuestos para alharacas y para ese día el motín estará servido. En el metro uno puede conseguir una radiografía de la realidad, cada vez más saturado y saturados sus usuarios, con la gente colérica e in crescendo, y con el egoísmo en cimas vertiginosas. En este momento que escribo, mi compañera de trabajo Virginia se niega a reciclar su botellín de agua porque ya paga tasas en el Ayuntamiento para que se lo hagan. Pues que le suban los impuestos, que ya paga ella.
El respeto a lo público se pierde en cuanto lo sentimos como algo de todos, con derecho a hacer con él lo que le plazca a cada cual. De ahí que los haya que escupen en el interior del coche (de metro), pelan pipas, cortan sus uñas, adhieren el moco al asidero o aprovechan el tramo para depilarse con pinzas las cejas. No hay por qué escandalizarse, todos hemos viajado alguna vez en metro. La higiene es algo que podemos corregir en nuestro trayecto suburbano si contamos con el instrumental acorde con las necesidades.
“Parece mentira que en pleno siglo XXI haya quien no gasta desodorante”, le espeta la señora al marido. Es la escena a la que asisto esta mañana estrujado en el compartimento y rodeado de brazos alzados que descubren axilas pérfidas, libres de aromas artificiales. Llega el buen tiempo y con él el buen olor, el del humano que hiede y que renuncia al consumismo a favor de su perfumado sobaco, que reivindica con un alzamiento de brazo y la consiguiente revelación de fragancia. No me refiero a un olor axilar vespertino, fruto de la acumulación de sudores de todo el trajín matutino, hablo de gente reticente a darse una ducha en la mañana y salir acondicionado con su propio olor de casa. “Spain is different”, que conste que lo saben en Sudamérica donde tenemos fama de cochinos. ¡Maíz y huevos hervidos para esta fauna!
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