Serían unos transeúntes más en esta jungla que es la ciudad.
Visten casual o de sport, como tú y como yo, nada a priori por lo que
prestarles mayor atención si no fuera porque van barriendo con la mirada
papeleras y contenedores, a la busca y captura de algún objeto que tenga valor.
No padecen de síndrome de Diógenes sino que son los parados de esta España mísera. Según Cáritas el
22% de la población español vive por debajo del umbral de pobreza. A fuerza de
verlos a diario he dejado de extrañarme.
La estampa a la hora del cierre de supermercados y grandes
superficies es la de cabezas de familia registrando contenedores, a la caza de
alimentos que llevarse a la boca. Para ellos y para los suyos. Ésta es una de
las imágenes a la que la crisis me ha acostumbrado.
La pérdida de empleo, los recortes de ingresos familiares y
la insuficiente ayuda al desempleo empujan a las calles a miles de españoles
todas las noches en busca de comida con la que sobrevivir durante el mes.
Frutas y verduras ya demasiado maduras, yogures con la fecha de caducidad
vencida… alimentan a familias de parados que rebuscan en los cubos de basura,
tal cual indigentes. Y son habituales en un supermercado sí y en otro también.
A ello hay que sumar colas interminables a las puertas de Cáritas o de un
comedor social, que hacen pensar a un viandante en una atrayente oferta en un
establecimiento al que acercarse a comprar. Me decía un amigo que ser rico en
España hoy significa ganar 1.500 euros netos. Y otro que no está bien que se
queje alguien que tiene trabajo. Creo que si por naturaleza propia nos hemos
quejado cuando la situación económica era próspera, no hay motivos para no
quejarse ahora, cuando la pobreza aumenta. El lamento, como la envidia, componen
el ADN español.
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